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Las tres incógnitas políticas del nuevo curso

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No sé si podremos sobrevivir a muchas más declaraciones como esta: Mariano Rajoy, Presidente del Gobierno de España, acaba de culpar a la realidad del flagrante incumplimiento de su programa electoral. ¿Cabe mayor infantilismo que ese modo de eludir responsabilidades, o mayor irresponsabilidad que el fondo de la confesión misma? Porque lo que Rajoy acaba de admitir es que él y su partido hicieron un programa electoral ignorando los hechos, las experiencias, las previsiones racionales, la compleja y entretejida configuración de signos, sucesos y previsiones que llamamos realidad. Es algo que puede, o no, perdonársele a un pensador posmoderno –Baudrillard, Vattimo, Rorty- de los empeñados en negar que existia algo como la realidad en tanto que sistema de hechos objetivos puesto que todo –comenzando por lo real- consistiría en construcciones imaginarias y culturales sin mayor consistencia que la otorgada por los consensos sociales. Pero desde luego esa actitud es imperdonable en un Presidente de Gobierno que llegó al cargo, con cómoda mayoría absoluta, a lomos de la promesa, con visos de receta mágica, de rectificar las desastrosas políticas socialistas que, decía, eran las únicas responsables de la crisis. Pues mira tú por donde: ahora resulta que no eran las políticas socialistas, que la mala es la realidad. Será porque, en el fondo, las políticas de Rajoy han resultado casi calcadas de las de Zapatero, de modo que el reconocimiento de la negación de la realidad viene a culminar –finis coronat opus- ese modo de hacer política que identifica a PP y PSOE y conocemos por “bipartidismo imperfecto”.

¿Qué credibilidad podemos dar a un señor taciturno que culpa a la realidad de chafar sus promesas inmediatamente después de haber anunciado a bombo y platillo que el AVE llegará a Galicia en 2018 y -¡nada menos, oh prodigio de clarividencia!- el fin de la crisis para junio de 2013? Obviamente ninguna: sin duda doña Realidad, esa desagradable saboteadora, se encargará de que el AVE no llegue y de que dentro de nueve meses  la crisis, lejos de haber remitido, nos zarandee con desastres añadidos. Naturalmente habrá quien siga teniendo fe en Mariano Rajoy y su mariachi de Montoro, De Guindos, Ruiz Gallardón, Fernández, Wert etcétera, pues la fe consiste precisamente en la negación de lo que se ve en beneficio de lo invisible, pero estoy seguro que a personas como Angela Merkel, Christine Lagarde o Draghi les alarmará aun más descubrir que Rajoy, exactamente igual que su predecesor, pretenden gobernar sin tener en cuenta la realidad.

A continuación va un breve comentario sobre las tres incógnitas que considero más relevantes para el curso político que iniciamos. Observarán que no hay una específicamente socioeconómica, como podría haber sido el aumento del paro y por tanto de la pobreza y la marginación social, pero si no los incluyo es porque estoy convencido de que no son incógnitas: van a empeorar. A pesar de la falsa promesa del Presidente del Gobierno, es casi seguro que en los próximos meses el paro aumentará, que bajarán el consumo y los sueldos reales, que subirán los impuestos, que aumentará la deuda de las administraciones y el déficit público, que empeorará la cobertura de los servicios sociales, y que estos terribles fenómenos se verán agravados por las duras condiciones de un rescate que Rajoy acabará pidiendo tras la nueva demora electoralista de las elecciones vascas y gallegas, previsiblemente en peores condiciones como penalización añadida a una política tan ajena a los imperativos de la realidad que cree poder supeditar una gigantesca crisis de confianza financiera y política a los intereses de partido más pedestres.

1 – ¿Se profundizará la irresponsabilidad política del bipartidismo? Debo aclarar que no porque PP o PSOE sean capaces de enmendarse y hacer política de otra manera, cosa que ya no creo, sino porque la ciudadanía siga depositando en ellos su confianza mayoritaria. Contra lo que tienden a esperar algunos entusiastas, la principal fuerza de un sistema electoral como el nuestro es… la inercia, reforzada por el blindaje de leyes injustas como la electoral. Lo veremos muy pronto, en las elecciones gallegas y vascas del 21-O. Son dos elecciones que, por sus características políticas y legales, son de las menos favorables para cualquier cambio de tendencia. El nacionalismo vasco, premiado por la vacuidad y sumisión ideológica de la etapa de Patxi López y Basagoiti, se alzará con la victoria contribuyendo a dar otra prórroga al modelo revalidando sus peores rasgos, como el regalo a una ETA derrotada de una victoria política gratuita. Y en Galicia continuará su modelo de bipartidismo imperfecto: gobierno PP o PSOE con BNG (o IU o similares); el umbral del 5% de votos necesario para entrar en el Parlamento gallego hace muy difícil la entrada de nuevos partidos (por eso mismo lo instauró Fraga). Aunque aumente la abstención, el voto en blanco o a partidos como UPyD u otros, algo muy probable, dudo que llegue a desautorizar el modelo bipartidista y precipitar su crisis política. Al contrario, la interpretación nacional más extendida de los resultados de esas elecciones será reafirmar las políticas populistas insensatas como la promesa del AVE a Galicia (una de esas promesas que la realidad volverá a desautorizar), y la necesidad de hacer más concesiones al nacionalismo vasco tras la serie interminable coronada por el indecente, humillante y superfluo “proceso de paz”. Habrá cambios electorales pero serán insuficientes, de modo que el resultado de las elecciones del 21-O dará otra prórroga al modelo político en crisis y reforzará la irresponsabilidad y la fatal insuficiencia democrática del bipartidismo imperfecto.

2 – ¿Se saldrán con la suya los separatismos vasco y catalán? Como era previsible, la crisis ha sido explotada inmediatamente por el nacionalismo vasco y catalán para denunciar que la causa de sus dificultades financieras es la pertenencia a una España tratada por sus propagandistas como un Estado fallido no mucho mejor que Somalia. La vuelta a la prosperidad pasa, dicen, por la conquista de la independencia o de algo que se le parezca lo máximo, como una vinculación formal con España pero sin ninguna obligación fiscal: esta es la fórmula que se ha impuesto en Cataluña, no porque la sostengan sólo los nacionalistas, sino porque también la han asumido tácitamente PSC y PP (Cataluña es la comunidad más avanzada hacia la dictadura perfecta del partido único con diversas franquicias de siglas bajo un solo pensamiento). El caso vasco es diferente porque allí el pensamiento único nacionalista (un oxímoron) no domina todo aun, pero es indudable que el fiasco político del lehendakarato socialista, cuyos principales beneficiarios son PNV y Bildu (es decir, ETA-Batasuna), ha deprimido al constitucionalismo y entusiasmado a los abertzales. Disfrutando ya de la cómoda independencia fiscal que reclaman sus correligionarios catalanes, que se ha revelado valiosísima como colchón frente a la crisis, el próximo objetivo será puramente político: la obtención de la soberanía política. El señuelo de que se está mucho más protegido de la crisis fuera de España que dentro va a encandilar a muchos votantes que no se consideran nacionalistas, sobre todo en Cataluña. Y frente a este argumento egoísta, falaz e inexacto pero popular, el establishment español no tiene nada que ofrecer salvo las ventajas supuestas de que todo siga igual. Sin embargo, para los separatistas la crisis es una ocasión de oro que no dudarán en tratar de explotar.

3 – ¿Avanzará la construcción política de Europa y se salvará el euro? Los asuntos domésticos citados están en buena parte ligados a lo que pase con el euro. En la actualidad hay tres posibles desenlaces de la crisis: (a) que desaparezca el euro y se produzca la desbandada del “sálvese quien pueda”, primero monetario y luego político; (b) que se mantenga la moneda común pero solamente en un conjunto reducido de Estados liderados por Alemania, en cualquier caso excluyendo a España tras el lamentable espectáculo de la pésima gestión de la crisis; (c) que se adopte una auténtica unidad fiscal, presupuestaria y económica europea para salvar al euro, con el resultado de la transformación de la UE en un Estado federal de nuevo tipo, pero Estado al fin y al cabo que absorba a los viejos Estados nacionales. Es indudable que lo que pase con el euro tendrá muchísima influencia en el futuro político inmediato de España: tanto para imponer de carambola las reformas constitucionales que impide el establishment como para, en caso contrario, aplazarlas sine die; y tanto para estimular el asalto separatista a la comunidad democrática española, como para frenar en seco sus aspiraciones. Y a este respecto es significativo que las advertencias a Mas sobre el significado político del rescate de Cataluña no hayan procedido de Madrid -¡faltaba más!-, sino de Bruselas. Dependemos de la política europea mucho más de lo que somos capaces de imaginar. Ahora bien, de ningún modo debemos esperar que las instituciones europeas resuelvan en nuestro lugar los problemas constitucionales e institucionales de España, que de modo tan dramático han agravado la crisis no sólo económica, sino política y social.

Si supiera cómo se resolverán estas tres incógnitas, o al menos una de ellas, vendería muy caros mis servicios como augur, pero una característica de las crisis sistémicas como la que vivimos es la incertidumbre: puede pasar cualquier cosa. También lo mejor. Quienes confiamos en la superioridad de la democracia y creemos que la globalización es irreversible y no dejará sitio para los pequeños Estados nacionales ni para políticas nacionalistas anacrónicas, deseamos que se salve el euro y que Europa, en vez de volver a ser el viejo avispero de Estados nacionales enfrentados (origen de dos guerras mundiales), pase a un estadio superior que se mida por bastante más que una moneda. Moneda cuya pérdida, sin embargo, podría abrir el paso a un futuro mucho más sombrío que los altos costes financieros de la vuelta a la peseta. Pero en esto ocurre como con los otros dos casos: para acabar con el bipartidismo de la Transición y parar a los separatistas no basta con desearlo, hay que hacer lo que la democracia permite hacer y está en nuestras manos para que suceda. Por ejemplo, votar nuevas propuestas como la de UPyD, aunque suene arriesgado. Al fin y al cabo, los costes de la libertad personal son la asunción de riesgos y la obligación de elegir.

 

 


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